Cualquiera que espere que Dilma Rousseff lidere un débil Gobierno manejado por el saliente presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, cuando se convierta en la primera mujer en presidir Brasil el próximo mes, debería volver a pensarlo. Pese a no tener experiencia previa en cargos de representación popular, Rousseff ha manejado hábilmente una gran coalición a través del proceso de transición, impuso su propia marca en la economía y política exterior y comenzó a emerger de la sombra del enormemente popular Lula.
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